Este trabajo fue el
ganador en la categoría de Mejor Crónica Escrita de la pasada edición de
Periodistas en la Carrera, cuyos reconocimientos se entregaron en los Días de
la Comunicación que realizó el pregrado en Comunicación Social de EAFIT.
La música es una de sus mayores fuentes de tranquilidad y de paz. Y
cuando está cerca de su instrumento siempre tiene dibujado en su rostro una
sonrisa.
|
Texto y fotos Andrea Trefftz Restrepo
En los ojos color
azul celeste del alemán Helmuth Trefftz Abegg es evidente toda su sabiduría. Su
mirada amable y pasiva va acompañada de una sonrisa delicada. Cada una de sus
arrugas simboliza una de sus experiencias y estas no han sido pocas.
Su forma de hablar es
lenta, pausada y a pesar de estar
viviendo en Medellín hace 60 años, su acento alemán es aún bastante notable.
Por sus 85 años ya camina un poco lento y al sentarse en una de las sillas
plásticas del apartamento en el cual vive con su esposa Olga, inhala
profundamente y exhala con gran sentimiento.
Su personalidad de
músico, específicamente de chelista, ha sido moldeada por diversas situaciones
que van desde hacer parte de las fuerzas anti-aéreas en la Segunda Guerra Mundial
hasta ser parte de la orquesta que se
presentó durante la inauguración del Teatro Metropolitano de Medellín. Su
dedicación y pasión por su instrumento es admirable. Y su historia personal
lleva a todo quien la escuche por una montaña rusa de emociones.
Primeros pasos musicales
“Nací en Bremen,
Alemania en una familia compuesta por mi padre, mi madre y mis dos hermanas
mayores. Más adelante nació mi hermano menor, Georg. Por ser el primer hijo hombre
de mis papás y el primer nieto masculino para mis abuelos maternos, tanto mi
mamá como mi abuela sintieron por mí por un largo tiempo un cariño muy
especial”.
Estudió su primaria
en Bremen y cuando tenía 10 años en su colegio se presentó la oportunidad de una beca para estudiar música para el
alumno que consideraran que más aptitudes musicales tenía y se la dieron a él
(1937). Allí fue donde empezó a tocar el chelo. Su primer chelo se lo regalaron
sus padres y era pequeño, muchos que lo veían decían “¿para dónde va el chelo
con el niño?”
Después de 4 años le compraron
uno más grande para entrar a su primera orquesta. “Cuando tenía 14 años entré a
una orquesta juvenil y en ella toqué más o menos 2 años hasta que me cogieron
para la guerra”.
Sinfonía de guerra y dictadura
Después de una
infancia placentera, subió al poder Adolfo Hitler alguien que él describe como
un dictador absoluto. “Recuerdo unos versos que tenía pegados en la pared una
familia vecina nuestra:
El
hombre grande está delante de su tiempo,
el
prudente va con ella en todos sus caminos,
el
avispado la aprovecha con toda su fuerza,
y
solamente el estúpido se opone a ella.
Interpreto esto como una especie de disculpa por la falta de
resistencia; desde el punto de vista ético seguramente no es válida, pero
si era práctica, casi indispensable para poder sobrevivir. El régimen hitleriano
había cogido tanta fuerza que resultaba imposible tratar de tumbarlo desde
dentro de Alemania. La historia tenía que correr su curso”.
En 1943 se definió
que todos los alumnos de los colegios de su edad (16 años) fueran a ayudar a
las fuerzas anti-aéreas en sus respectivas ciudades. “Cada clase fue instalada en una batería de cañones anti-aéreos.
Nuestra batería se componía de 6 cañones de calibre 8,8 centímetros, un equipo
de comando, que era una especie de computador, para calcular el ángulo de
altura y el lateral como debían disparar los cañones, y el tiempo después del
cual debía explotar la granada, teniendo en cuenta que desde el momento del
disparo hasta la explosión de la granada el avión se movía todavía bastante. Cada granada tenía en su punta un reloj
para hacerla explotar, y antecitos de ser disparada, un mecanismo del cañón
graduaba este reloj de acuerdo con las órdenes recibidas del equipo de
comando”.
Todas las mañanas uno
de los profesores de su colegio iba y les daba clases a los jóvenes pero “por
una parte muchas veces estábamos cansados porque la noche anterior tuvimos que defendernos de los aviones
enemigos, y por otra parte nos habían prometido que gracias a este nuestro
servicio militar al finalizar la guerra de todos modos nos iban a dar al título
de bachiller, sin más exámenes”.
Había una variedad de
profesores que les daban clases. Algunos eran buenos y relacionaban lo que
veían en clase con la experiencia que estaban viviendo; otros no lo eran tanto.
De vez en cuando los dejaban ir a sus casas para ver a su familia y tomar
clases extracurriculares para que siguieran con su vida normal. “A veces nos caían bombas cerca,
afortunada y milagrosamente nunca nos hicieron daño, y mientras estuve en la
batería y ocupado manejando los equipos, jamás sentí miedo”.
A su padre lo habían
enviado a París para vigilar los faros y fanales de la costa Atlántica. Duró
hasta 3 años sin verlo y cuando lo vio le dio la noticia que quería convertirse
en oficial de la Armada. Su padre no estuvo muy de acuerdo, pero no le prohibió
nada. En algún momento el teniente
Gunther Heine le preguntó: “¿Ahora usted sí es un Nacional-socialista
convencido?" y él (aún no siéndolo) le contestó:
"Sí, mi
teniente". “De otra manera él hubiera podido mandarme a un campo de
concentración, donde purgaban los inconformes y enemigos del régimen”, explica Trefftz.
En muchos momentos
estuvieron en grave peligro y vivieron situaciones de altísimo riesgo. Pero a
pesar de eso, Helmuth Trefftz dice:
“Saco como conclusión
que cualquier situación en la vida, por difícil que sea, es más fácil de
resistir si uno se siente rodeado y apoyado por compañeros con quienes se congenia”.
En 1945 un grupo de
elegidos fueron enviados a algunos barcos que tenía todavía la Armada. “Un
grupo de aproximadamente veinte fuimos
adjudicados al destructor Z-30 que se encontraba en un dique seco en Oslo
(Noruega)”. El barco se encontraba averiado y los noruegos que estaban
encargados de arreglarlo no se apresuraron por hacerlo.
Durante este tiempo
debían limpiarlo y de noche turnarse para cuidarlo de posibles ataques. Duraron
allí unos meses y cuando la guerra terminó “nos llevaron a todos los del Z-30
en un barquito noruego a un campamento más en el sur del fiordo de Oslo. Nos habíamos convertido en prisioneros de
guerra, pero nunca supe de quienes, si de los noruegos o de los americanos,
pues los que nos daban las órdenes siempre eran nuestros acostumbrados
superiores alemanes”.
Fuera de ellos
llegaron al campamento más marineros alemanes entre ellos una completa orquesta,
la que a veces los deleitaba con conciertos.
Cuando por fin los
dejaron ir del campamento salieron para Alemania en barco y dos días después un
camión alemán los llevó al centro de Bremen donde después de una caminata de
media hora Trefftz timbró en la puerta de su hogar.
Al fondo su biblioteca llena de partituras y en su mano su
chelo, el cual lo ha acompañado por más de 50 años. |
“Mi mamá me estrechó
feliz en sus brazos. Mi papá estaba sentado en su escritorio al pie de la
ventana de la sala y cuando entré me miró por encima de sus gafas (todavía no había
bifocales), y preguntó medio incrédulo: “¿Es este Helmuth?” Después también me
abrazó, igual que Erika y Georg. Martha estaba todavía en Goettingen terminando
sus estudios universitarios. Después de casi un año de ausencia por fin había
vuelto a casa”.
De la música de
cámara al bambuco
Cuando volvió a su
ciudad natal se dio cuenta que la promesa que les habían hecho sobre su bachillerato
no se las cumplirían. Por esto tuvo que estudiar otro medio año para poderse
graduar como bachiller. A pesar de eso le dio prioridad a su pasión por el
chelo.
“Cuando regresé de la
guerra formé conjuntos de cámara, tríos y cuartetos. Hacer esto es muy común en
Alemania. Francamente, lo que yo más
disfruté fue ser parte del cuarteto que tenía en Alemania con unos amigos y
amigas porque congeniábamos muy bien. Lastimosamente varios de ellos ya han
muerto. Antes de que murieran yo tenía contacto con ellos hasta hace pocos
años. Esto era realmente un conjunto basado en una amistad que se profundizó
con el hecho de hacer música juntos”.
Al salir del colegio
decidió ser comerciante. “En Alemania en aquel entonces había dos formas de formación
profesional: realizar un estudio o trabajar en una firma comercial y yo escogí
la segunda”. Se vino a vivir a Colombia
en el año 1952. Esto porque en Bremen trabajaba en una firma de exportación
y para adelantar en estas firmas es conveniente haber conocido el negocio desde
otras perspectivas, otras culturas. Por esto él firmó un contrato con un
representante de la firma en Medellín y desde la empresa lo hicieron viajar.
Inicialmente tenía
pensado quedarse tan solo 3 años, lo que duraba el contrato, pero “conocí a Olga, me enamoré, me casé y me
quedé aquí”.
“Cuando les mandé a
mis papás la primera carta describiendo a Olga la llamé la bailarina divina.
Ahora prefiero llamarla ‘Süsse’, lo que en alemán significa literalmente
‘dulce’, pero cariñosamente tiene el significado de querida, agradable y
agraciada”. Allí se cambió a una firma diferente con la que firmó un contrato
permanente.
Su compra más
significativa en Colombia fue su chelo en los años 60, el cual aún conserva.
Esto fue de cierta forma un signo de que definitivamente se iba a quedar en el
país. En Europa hay más afición por la música de preferencia de Trefftz, así
que para él fue complicado adaptarse en ese sentido “porque me costó mucho
trabajo encontrar compañeros para hacer de esta música porque aquí la gente que
toca algún instrumento tiene la idea de ganar dinero lo más pronto posible”.
La música de aquí le
gusta mucho y le parece muy buena, lo que más le gusta son los tríos de
guitarra: “Una vez hasta contraté uno de ellos para llevarle serenata a Olga”.
El alemán que conquistó oídos colombianos
Su recorrido como
músico en Colombia fue bastante extenso. Cuando llegó a este país en el año 52 había
una Orquesta Sinfónica de Antioquia pero se acabó por falta de recursos. “Me
dio mucha tristeza saber esto y se me hizo bastante decepcionante saber que
algo como esa orquesta debía acabarse por razones como esta”.
A esta orquesta
también fue invitado pero no entró puesto que tenía otras obligaciones. En 1954
conformó un trío con el violinista Julián Vieco, hijo del compositor antioqueño
Carlos Vieco, y con el pianista Gustavo Lalinde, el en ese entonces rector del
Instituto de Bellas Artes.
Tocaron juntos en
público aproximadamente 20 veces en distintas oportunidades: en universidades,
en colegios, en la Congregación Mariana, entre otros. “A mí el público en
realidad me daba lo mismo, no me emocionaba demasiado. Es decir, me parecía lo mismo tocar en mi casa que en
un auditorio”.
“En aquella época,
los años 50 más o menos, las emisoras tenían su propia orquesta porque eran en vivo,
no tenían grabaciones. Yo hice parte de la orquesta de la emisora la Voz de
Antioquia por un año”.
Tocó también 2 años
en la orquesta de Cámara de Antioquia en los años 60 dirigida por Harold Martina.
La tuvo que dejar porque se fue a vivir con su esposa y sus dos hijos a Bogotá
por un año.
Después formaron en
los años 70 una Orquesta Sinfónica de Antioquia, la cual tocó durante la inauguración
del Teatro Metropolitano de Medellín, a la cual, lo invitó a unirse el mismo
director de esta, Sergio Acevedo. Tocó allí 8 años hasta que se jubiló. Hizo también
una vez parte de la agrupación de músicos que “recogía” Alberto Correa, el
director y fundador de la Orquesta Filarmónica de Medellín, cuando este, antes
de tener su propia orquesta filarmónica, deseaba presentar El Mesías de Händel.
Hoy
en día toca más bien poco el chelo. “Solo lo hago cuando
viene uno de mis hijos a visitarme. Él toca piano y yo el chelo.” También en
ocasiones tocan con su nieto Pablo que vive en Estados Unidos, quien se une a
ellos con su violín. O en otras ocasiones, con su hijo Cristián quien toma
poder del Piano y su otro hijo Helmuth Jr., de la flauta dulce. “Esto me parece
algo muy especial porque hacer música en
familia tiene su encanto”.
Además de tocar el
chelo también canta y ha participado con su hijo Helmuth en unas de las grandes
obras que han montado en Medellín tal como el Requiem de Brahms.
Hoy en día mira hacia
atrás y ve cada experiencia como algo de lo cual pudo aprender y crecer tanto como
músico, como persona.
0 comentarios:
Publicar un comentario