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martes, 23 de abril de 2013

El chelista que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial


Este trabajo fue el ganador en la categoría de Mejor Crónica Escrita de la pasada edición de Periodistas en la Carrera, cuyos reconocimientos se entregaron en los Días de la Comunicación que realizó el pregrado en Comunicación Social de EAFIT.

La música es una de sus mayores fuentes de tranquilidad y de paz. Y cuando está cerca de su instrumento siempre tiene dibujado en su rostro una sonrisa.


Texto y fotos Andrea Trefftz Restrepo

En los ojos color azul celeste del alemán Helmuth Trefftz Abegg es evidente toda su sabiduría. Su mirada amable y pasiva va acompañada de una sonrisa delicada. Cada una de sus arrugas simboliza una de sus experiencias y estas no han sido pocas.

Su forma de hablar es lenta, pausada y a pesar de estar viviendo en Medellín hace 60 años, su acento alemán es aún bastante notable. Por sus 85 años ya camina un poco lento y al sentarse en una de las sillas plásticas del apartamento en el cual vive con su esposa Olga, inhala profundamente y exhala con gran sentimiento.

Su personalidad de músico, específicamente de chelista, ha sido moldeada por diversas situaciones que van desde hacer parte de las fuerzas anti-aéreas en la Segunda Guerra Mundial hasta ser parte de la orquesta que se presentó durante la inauguración del Teatro Metropolitano de Medellín. Su dedicación y pasión por su instrumento es admirable. Y su historia personal lleva a todo quien la escuche por una montaña rusa de emociones.

Primeros pasos musicales


 Helmuth Trefftz empieza a hablar y a contar su historia como si hubiese querido hacerlo hace años, tal como si hubiese tenido aquellas palabras atascadas en su garganta y necesitara un pequeño empujón para sacarlas de allí.

“Nací en Bremen, Alemania en una familia compuesta por mi padre, mi madre y mis dos hermanas mayores. Más adelante nació mi hermano menor, Georg. Por ser el primer hijo hombre de mis papás y el primer nieto masculino para mis abuelos maternos, tanto mi mamá como mi abuela sintieron por mí por un largo tiempo un cariño muy especial”.

Su mamá tocaba piano, su hermana mayor Marta, violín y su hermana Erika, pianoCon ellas tuvo su primera experiencia de música de cámara al tocar los tres juntos tríos de Mozart. Este tipo de música es actualmente la que más disfruta. Esta es definida como una composición para un pequeño grupo instrumental, en la que cada parte es más o menos independiente y con carácter de solo. La música de cámara es mucho más íntima que la escrita para interpretarse en salas de conciertos, y de aquí su nombre.

Estudió su primaria en Bremen y cuando tenía 10 años en su colegio se presentó la oportunidad de una beca para estudiar música para el alumno que consideraran que más aptitudes musicales tenía y se la dieron a él (1937). Allí fue donde empezó a tocar el chelo. Su primer chelo se lo regalaron sus padres y era pequeño, muchos que lo veían decían “¿para dónde va el chelo con el niño?”

Después de 4 años le compraron uno más grande para entrar a su primera orquesta. “Cuando tenía 14 años entré a una orquesta juvenil y en ella toqué más o menos 2 años hasta que me cogieron para la guerra”.

Uno de los recuerdos que guarda fue hecho por sus compañeros de cuarteto de su ciudad natal cuando Trefftz iba a viajar a Colombia. Lo que hay allí escrito traduce: “Manifiesto de honor para Helmuth Trefftz con motivo de su despedida por parte de su cuarteto en Bremen al cual perteneció desde el 30 de mayo de 1949 hasta el 30 de septiembre de 1951”.

Sinfonía de guerra y dictadura


Después de una infancia placentera, subió al poder Adolfo Hitler alguien que él describe como un dictador absoluto. “Recuerdo unos versos que tenía pegados en la pared una familia vecina nuestra:

El hombre grande está delante de su tiempo,
el prudente va con ella en todos sus caminos,
el avispado la aprovecha con toda su fuerza,
y solamente el estúpido se opone a ella.

Interpreto esto como una especie de disculpa por la falta de resistencia; desde el punto de vista ético seguramente no es válida, pero si era práctica, casi indispensable para poder sobrevivir. El régimen hitleriano había cogido tanta fuerza que resultaba imposible tratar de tumbarlo desde dentro de Alemania. La historia tenía que correr su curso”.

En 1943 se definió que todos los alumnos de los colegios de su edad (16 años) fueran a ayudar a las fuerzas anti-aéreas en sus respectivas ciudades. “Cada clase fue instalada en una batería de cañones anti-aéreos. Nuestra batería se componía de 6 cañones de calibre 8,8 centímetros, un equipo de comando, que era una especie de computador, para calcular el ángulo de altura y el lateral como debían disparar los cañones, y el tiempo después del cual debía explotar la granada, teniendo en cuenta que desde el momento del disparo hasta la explosión de la granada el avión se movía todavía bastante. Cada granada tenía en su punta un reloj para hacerla explotar, y antecitos de ser disparada, un mecanismo del cañón graduaba este reloj de acuerdo con las órdenes recibidas del equipo de comando”.

Todas las mañanas uno de los profesores de su colegio iba y les daba clases a los jóvenes pero “por una parte muchas veces estábamos cansados porque la noche anterior tuvimos que defendernos de los aviones enemigos, y por otra parte nos habían prometido que gracias a este nuestro servicio militar al finalizar la guerra de todos modos nos iban a dar al título de bachiller, sin más exámenes”.

Había una variedad de profesores que les daban clases. Algunos eran buenos y relacionaban lo que veían en clase con la experiencia que estaban viviendo; otros no lo eran tanto. De vez en cuando los dejaban ir a sus casas para ver a su familia y tomar clases extracurriculares para que siguieran con su vida normal. “A veces nos caían bombas cerca, afortunada y milagrosamente nunca nos hicieron daño, y mientras estuve en la batería y ocupado manejando los equipos, jamás sentí miedo”.

A su padre lo habían enviado a París para vigilar los faros y fanales de la costa Atlántica. Duró hasta 3 años sin verlo y cuando lo vio le dio la noticia que quería convertirse en oficial de la Armada. Su padre no estuvo muy de acuerdo, pero no le prohibió nada. En algún momento el teniente Gunther Heine le preguntó: “¿Ahora usted sí es un Nacional-socialista convencido?" y él (aún no siéndolo) le contestó:

"Sí, mi teniente". “De otra manera él hubiera podido mandarme a un campo de concentración, donde purgaban los inconformes y enemigos del régimen”, explica Trefftz.
En muchos momentos estuvieron en grave peligro y vivieron situaciones de altísimo riesgo. Pero a pesar de eso, Helmuth Trefftz dice:

“Saco como conclusión que cualquier situación en la vida, por difícil que sea, es más fácil de resistir si uno se siente rodeado y apoyado por compañeros con quienes se congenia”.
En 1945 un grupo de elegidos fueron enviados a algunos barcos que tenía todavía la Armada. “Un grupo de aproximadamente veinte fuimos adjudicados al destructor Z-30 que se encontraba en un dique seco en Oslo (Noruega)”. El barco se encontraba averiado y los noruegos que estaban encargados de arreglarlo no se apresuraron por hacerlo.

Durante este tiempo debían limpiarlo y de noche turnarse para cuidarlo de posibles ataques. Duraron allí unos meses y cuando la guerra terminó “nos llevaron a todos los del Z-30 en un barquito noruego a un campamento más en el sur del fiordo de Oslo. Nos habíamos convertido en prisioneros de guerra, pero nunca supe de quienes, si de los noruegos o de los americanos, pues los que nos daban las órdenes siempre eran nuestros acostumbrados superiores alemanes”.

Fuera de ellos llegaron al campamento más marineros alemanes entre ellos una completa orquesta, la que a veces los deleitaba con conciertos.

Cuando por fin los dejaron ir del campamento salieron para Alemania en barco y dos días después un camión alemán los llevó al centro de Bremen donde después de una caminata de media hora Trefftz timbró en la puerta de su hogar.
Al fondo su biblioteca llena de partituras y en su mano su 
chelo, el cual lo ha acompañado por más de 50 años.


“Mi mamá me estrechó feliz en sus brazos. Mi papá estaba sentado en su escritorio al pie de la ventana de la sala y cuando entré me miró por encima de sus gafas (todavía no había bifocales), y preguntó medio incrédulo: “¿Es este Helmuth?” Después también me abrazó, igual que Erika y Georg. Martha estaba todavía en Goettingen terminando sus estudios universitarios. Después de casi un año de ausencia por fin había vuelto a casa”.



De la música de cámara al bambuco


Cuando volvió a su ciudad natal se dio cuenta que la promesa que les habían hecho sobre su bachillerato no se las cumplirían. Por esto tuvo que estudiar otro medio año para poderse graduar como bachiller. A pesar de eso le dio prioridad a su pasión por el chelo.

“Cuando regresé de la guerra formé conjuntos de cámara, tríos y cuartetos. Hacer esto es muy común en Alemania. Francamente, lo que yo más disfruté fue ser parte del cuarteto que tenía en Alemania con unos amigos y amigas porque congeniábamos muy bien. Lastimosamente varios de ellos ya han muerto. Antes de que murieran yo tenía contacto con ellos hasta hace pocos años. Esto era realmente un conjunto basado en una amistad que se profundizó con el hecho de hacer música juntos”.

Al salir del colegio decidió ser comerciante. “En Alemania en aquel entonces había dos formas de formación profesional: realizar un estudio o trabajar en una firma comercial y yo escogí la segunda”. Se vino a vivir a Colombia en el año 1952. Esto porque en Bremen trabajaba en una firma de exportación y para adelantar en estas firmas es conveniente haber conocido el negocio desde otras perspectivas, otras culturas. Por esto él firmó un contrato con un representante de la firma en Medellín y desde la empresa lo hicieron viajar.

Inicialmente tenía pensado quedarse tan solo 3 años, lo que duraba el contrato, pero “conocí a Olga, me enamoré, me casé y me quedé aquí”.

“Cuando les mandé a mis papás la primera carta describiendo a Olga la llamé la bailarina divina. Ahora prefiero llamarla ‘Süsse’, lo que en alemán significa literalmente ‘dulce’, pero cariñosamente tiene el significado de querida, agradable y agraciada”. Allí se cambió a una firma diferente con la que firmó un contrato permanente.

Su compra más significativa en Colombia fue su chelo en los años 60, el cual aún conserva. Esto fue de cierta forma un signo de que definitivamente se iba a quedar en el país. En Europa hay más afición por la música de preferencia de Trefftz, así que para él fue complicado adaptarse en ese sentido “porque me costó mucho trabajo encontrar compañeros para hacer de esta música porque aquí la gente que toca algún instrumento tiene la idea de ganar dinero lo más pronto posible”.

La música de aquí le gusta mucho y le parece muy buena, lo que más le gusta son los tríos de guitarra: “Una vez hasta contraté uno de ellos para llevarle serenata a Olga”.

El alemán que conquistó oídos colombianos



Su recorrido como músico en Colombia fue bastante extenso. Cuando llegó a este país en el año 52 había una Orquesta Sinfónica de Antioquia pero se acabó por falta de recursos. “Me dio mucha tristeza saber esto y se me hizo bastante decepcionante saber que algo como esa orquesta debía acabarse por razones como esta”.

A esta orquesta también fue invitado pero no entró puesto que tenía otras obligaciones. En 1954 conformó un trío con el violinista Julián Vieco, hijo del compositor antioqueño Carlos Vieco, y con el pianista Gustavo Lalinde, el en ese entonces rector del Instituto de Bellas Artes.
Tocaron juntos en público aproximadamente 20 veces en distintas oportunidades: en universidades, en colegios, en la Congregación Mariana, entre otros. “A mí el público en realidad me daba lo mismo, no me emocionaba demasiado. Es decir, me parecía lo mismo tocar en mi casa que en un auditorio”.

“En aquella época, los años 50 más o menos, las emisoras tenían su propia orquesta porque eran en vivo, no tenían grabaciones. Yo hice parte de la orquesta de la emisora la Voz de Antioquia por un año”.

El periódico El Colombiano realizó en ocasiones publicaciones sobre las presentaciones que
 realizaba la orquesta de cuerdas de la cual hacía parte Helmuth Trefftz 
y que era dirigida por el maestro Joseph Matza.

Tocó también 2 años en la orquesta de Cámara de Antioquia en los años 60 dirigida por Harold Martina. La tuvo que dejar porque se fue a vivir con su esposa y sus dos hijos a Bogotá por un año.

Después formaron en los años 70 una Orquesta Sinfónica de Antioquia, la cual tocó durante la inauguración del Teatro Metropolitano de Medellín, a la cual, lo invitó a unirse el mismo director de esta, Sergio Acevedo. Tocó allí 8 años hasta que se jubiló. Hizo también una vez parte de la agrupación de músicos que “recogía” Alberto Correa, el director y fundador de la Orquesta Filarmónica de Medellín, cuando este, antes de tener su propia orquesta filarmónica, deseaba presentar El Mesías de Händel.

Hoy en día toca más bien poco el chelo. “Solo lo hago cuando viene uno de mis hijos a visitarme. Él toca piano y yo el chelo.” También en ocasiones tocan con su nieto Pablo que vive en Estados Unidos, quien se une a ellos con su violín. O en otras ocasiones, con su hijo Cristián quien toma poder del Piano y su otro hijo Helmuth Jr., de la flauta dulce. “Esto me parece algo muy especial porque hacer música en familia tiene su encanto”.

Además de tocar el chelo también canta y ha participado con su hijo Helmuth en unas de las grandes obras que han montado en Medellín tal como el Requiem de Brahms.
Hoy en día mira hacia atrás y ve cada experiencia como algo de lo cual pudo aprender y crecer tanto como músico, como persona.

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